-¿No estará poseído, padre? -preguntó un fiel de la parroquia.
- No lo creo -repuso el religioso-. En ese caso estaría saltando o dando gritos,
levitaría por sobre el suelo, proferiría blasfemias contra el Salvador, hablaría tal vez una lengua incomprensible o huiría
despavorido ante la visión de la Cruz.
-¿Y si lo exorciza por si acaso, padre?
-Tendría que estar endemoniado y eso no nos consta. Desmayarse y tener convulsiones
no es una prueba. Podría tratarse de una enfermedad nerviosa. Hay que tener cautela y prudencia. Para remover el demonio de
un cuerpo debemos tener la seguridad de que está adentro. Con las cosas de Dios no se juega.
- Pero me han dicho que ese hombre estuvo en Haití. Podría ser vudú.
-Un vudú, como cualquier otro ser humano, puede estar endemoniado o no. No
exagere, mi amigo, por favor. No me va a decir ahora que cree en
brujerías.
-Eso nunca, padrecito. Dios no lo permita. Mi difunta madrecita me hizo católico
y de ahí no me muevo aunque vengan degollando...
-Así es como debe ser. Tenemos de Nuestro Señor la promesa de su protección
y no debemos perder la esperanza.
-¿Y si lo consultamos por un si acaso con don Ruperto el curandero? Dicen
que tiene poderes.
-Ni hablemos de eso. ¿Qué poderes puede tener ese
señor que no tenga yo?
-No se ofenda, padre, por favor. Yo creo en usted, pero en una de ésas, quién
le dice...
El religioso guardó silencio y en su rostro se dibujó una pena. Se sintió entonces en la obligación de hablar
y preguntó:
¿Por qué insiste en exorcizarlo?
El feligrés respondió:
Es que tengo miedo, padre.